Cooperación y pseudocooperación en tiempos de crisis: El ascenso de Julio César y la instrumentalización individualista del bien común

Introducción

En situaciones de escasez o crisis, la cooperación suele presentarse como un mecanismo natural de supervivencia y de búsqueda del bien común. Sin embargo, a lo largo de la historia, esta tendencia humana a unirse frente a la adversidad ha podido ser instrumentalizada por ambiciones individuales, dando lugar a formas de pseudocooperación donde la colaboración aparente esconde fines personalistas. El presente ensayo explora esta dinámica compleja: ¿cómo puede el individualismo valerse de la cooperación en contextos críticos para consolidar poder personal? Se abordará este problema desde una perspectiva interdisciplinaria –histórica, filosófica, teológica y sociopolítica– articulando un caso emblemático de la Antigüedad con reflexiones de orden moral y con ejemplos contemporáneos.

 

El caso histórico central analizado será la crisis de la República romana y el ascenso de Julio César. En el convulso final de la República, el bando político de los populares movilizó a las masas en busca de reformas sociales, presentando sus iniciativas como un esfuerzo cooperativo por el bien del pueblo. No obstante, argumentaremos cómo dicho cooperativismo popular fue aprovechado como medio de poder personal, culminando en la concentración autoritaria encarnada por César como dictador vitalicio. A partir de este ejemplo, el ensayo desglosará distintos tipos de cooperación –por necesidad, por convicción, por manipulación, por coacción, etc.– y mostrará cómo cada uno puede degenerar en pseudocooperación cuando intereses egoístas se apropian de la iniciativa colectiva.

 

En contrapunto, contrastaremos esta instrumentalización de la cooperación con la visión moral de los Evangelios y la Iglesia Católica, la cual postula la renuncia al egoísmo personal como base para una cooperación auténtica. La doctrina cristiana propone que solo subordinando la propia voluntad individual al servicio de los demás y de Dios se alcanza un verdadero bien común, evitando las distorsiones manipulativas. Esta contraposición servirá para iluminar criterios éticos sobre qué distingue a una cooperación genuina de una falsa.

 

Finalmente, el ensayo discutirá manifestaciones contemporáneas de este fenómeno –por ejemplo, en el populismo político actual y ciertas dinámicas culturales– y presentará una propuesta metodológica de investigación para estudiar de forma sistemática cómo la tensión entre cooperación y individualismo se desarrolla en las sociedades modernas. El estilo empleado será académico, aunque se permitirá cierta libertad retórica para emplear analogías y enfoques interdisciplinarios que enriquezcan el análisis conceptual.

Crisis de la República romana y ascenso de Julio César

El ocaso de la República romana en el siglo I a.C. ofrece un escenario paradigmático de crisis social y política en el que la cooperación colectiva fue invocada por facciones rivales, a la vez que ambiciones personales se jugaban el destino del Estado. Tras décadas de guerras, desigualdad económica y luchas intestinas, Roma se hallaba en una situación precaria: las instituciones republicanas tradicionales tambaleaban ante la presión de reformas urgentes demandadas por la plebe y los veteranos, mientras que la aristocracia senatorial (los optimates) se aferraba al poder establecido. En este contexto surgió el partido informal de los populares, quienes abogaban por medidas en favor de las clases desfavorecidas, presentándose como los campeones del pueblo contra la oligarquía del Senado.

 

Varios líderes populares movilizaron la cooperación de las masas en pos de reformas sociales, iniciando un ciclo de acción política que desafió las normas vigentes. Ya en 133 a.C., Tiberio Graco había impulsado la cooperación ciudadana para aprobar la ley agraria que redistribuía tierras públicas a los campesinos pobres, saltándose el veto del Senado y apoyándose directamente en la asamblea popularthecollector.comthecollector.com. Aunque Tiberio fue asesinado por senadores temerosos de que aspirase a la tiranía, su ejemplo cundió: su hermano Cayo Graco y otros reformadores continuaron esa estrategia de aliarse con la plebe para promover leyes de granos a bajo precio, reparto de tierras y extensión de ciudadaníathecollector.comthecollector.com. Estas acciones pueden interpretarse como intentos de cooperación por convicción y necesidad –los líderes populares compartían (al menos en discurso) la causa del pueblo oprimido, y los ciudadanos necesitados cooperaban con ellos esperando alivio a sus penurias. Sin embargo, las élites veían con suspicacia tales alianzas, interpretándolas como pseudocooperación con fines encubiertos: bajo la máscara de ayudar al pueblo, los populares parecían construir su propio poder extrainstitucional. De hecho, los temores de la aristocracia no eran infundados, pues estos movimientos populares socavaban el orden republicano tradicional y frecuentemente derivaron en violencia facciosa y concentración de poder personal.

 

La figura de Gayo Julio César representa el clímax de esta dinámica. César emergió en la generación siguiente a los Graco, en medio de la crisis institucional agravada por las guerras civiles entre Mario (popular) y Sila (optimate) y por la rebelión de Espartaco. Procedente de una familia patricia pero emparentado con los líderes populares (era sobrino de Mario), César supo tejer una imagen de campeón del pueblo al tiempo que ascendía en el cursus honorum. Ya desde joven se alineó con causas populares: apoyó leyes para distribuir tierras a los veteranos y granos a bajo costo, y cultivó deliberadamente el favor de la plebe urbana. Un momento clave fue la formación del Primer Triunvirato en el 60 a.C., una alianza política a tres bandas entre César, Pompeyo y Craso. Este pacto fue, en esencia, un acuerdo de cooperación estratégica entre tres individuos sumamente poderosos para dominar la República repartíéndose su influencia. Lejos de obedecer a un ideal altruista, el Triunvirato buscaba consolidar la posición de cada miembro frente al Senado: “en 60 a.C., César, Craso y Pompeyo formaron el Primer Triunvirato, una alianza informal que dominó la política romana durante años”en.wikipedia.org, uniendo sus recursos para amasar poder político pese a la oposición de la facción senatorial. Este ejemplo muestra una cooperación que podríamos calificar de instrumental o por interés mutuo: tres actores cooperan, pero únicamente movidos por el cálculo racional de maximizar su propio beneficio (poder y riqueza). Cuando tal cooperación entre élites ambiciosas no está regida por el bien común sino por la conveniencia individual, se convierte fácilmente en conspiración contra el orden colectivo, como lo vieron sus contemporáneosen.wikipedia.org. De hecho, muchos historiadores interpretan el Triunvirato como una forma de pseudocooperación elitista: una conspiración para repartirse la República en detrimento de las instituciones y del pueblo.

 

Apoyado en esta alianza y tras desempeñarse como cónsul, César recibió el gobierno de provincias y el mando de ejércitos, lo que le permitió brillar en el campo militar. Sus exitosas campañas en la Galia incrementaron enormemente su prestigio y le dieron el control de un ejército leal. Pero la cooperación que más cultivó César no fue solo con sus pares aristócratas, sino con las masas populares y los soldados. A su regreso, se encontró de nuevo con resistencias del Senado (alentado por Pompeyo, ahora rival); entonces César decidió cruzar el Rubicón en el 49 a.C., desatando otra guerra civil. Victorioso frente a Pompeyo, se hizo nombrar dictador en Roma. En ese momento, desplegó toda una agenda política dirigida aparentemente a beneficiar a las clases desfavorecidas, consolidando al mismo tiempo su autoridad personal. César implementó reformas que redistribuían tierras a ciudadanos romanos sin tierras y canceló deudas de muchos pequeños deudores agobiadosthecollector.com. También impulsó grandes obras públicas (nuevas vías, edificios, acueductos) que generaron empleo para las clases bajas urbanas, con la doble intención de mejorar la infraestructura y fidelizar a la plebethecollector.com. Estas medidas tenían un innegable componente cooperativo: abordaban problemas colectivos (desempleo, pobreza rural, endeudamiento) mediante soluciones que implicaban la participación y el apoyo del pueblo. La popularidad de César creció enormemente entre los romanos comunes gracias a estas políticas, y su habilidad retórica para presentarse como su protector alimentó un culto a la personalidad en ciernesthecollector.com. Según relata Conor Morrissey, “a lo largo de su carrera, César desplegó un agudo uso de la retórica populista, conectando con la gente común… el pueblo amaba a César”thecollector.com.

 

Sin embargo, los optimates –la vieja élite– miraban con recelo estas iniciativas. Sospechaban que tras el aparente cooperativismo social de César se escondía un afán desmedido de poder personal. De hecho, el propio César se enorgullecía de haber forjado un lazo directo con sus tropas y con el pueblo, saltando por encima de las instituciones tradicionales: se consideraba “un campeón del pueblo” cuya autoridad emanaba del apoyo de las masas más que de los mandatos del Senadopublicseminar.org. Morrissey señala que “César se veía a sí mismo como un héroe de guerra y líder del pueblo, jactándose de que su ejército le era más leal a él personalmente que al Estado romano”publicseminar.org. Esta lealtad personalista indica cómo la cooperación de sus soldados y seguidores ya no obedecía únicamente a la causa republicana común, sino a la figura de César en sí, lo que constituye un signo claro de pseudocooperación: la cohesión del grupo se supedita a un individuo y a su voluntad.

 

Los senadores republicanos, celosos de la tradición, temían que César aspirara a disolver la República para instaurar una monarquía. En su percepción, César había manipulado las demandas legítimas del pueblo para erigirse en autócrata. De hecho, los propios actos de César les daban munición: redujo la autoridad del Senado, acumuló cargos y honores, e incluso aceptó el título de dictator perpetuo (dictador vitalicio) en el 44 a.C. Finalmente un grupo de senadores conspiró y lo asesinó en los Idus de marzo del 44 a.C., justificando el tiranicidio como defensa del bien común de la Res publica frente a la ambición individual desmedida.

 

El ascenso y caída de Julio César ejemplifica así cómo la cooperación social en tiempos de crisis puede tomar dos caras opuestas. Por un lado, César genuinamente cooperó con sectores populares impulsando reformas necesarias –podemos imaginar que hubo convicción sincera en mejorar ciertas condiciones–. Por otro lado, instrumentalizó esa cooperación para erosionar las estructuras colectivas de toma de decisiones y concentrar facultades en sí mismo. El resultado fue una pseudocooperación populista: el pueblo, creyendo actuar en pro de su bienestar, terminó encumbrando a un caudillo; y el caudillo, en nombre del pueblo, desarticuló la cooperación institucional republicana para satisfacer su ambición personal de poder absoluto. Como sintetiza Morrissey sobre César y otros populares de su época, “se veían como fuerzas purificadoras que no buscaban mantener la aristocracia corrupta, sino avanzar la causa de los pobres y desposeídos; cada uno creía que la reforma solo podía lograrse mediante su propio ascenso personal al poder”publicseminar.org. En esta frase se revela la tensión central: la confusión entre el bien común y la voluntad de un individuo. César llegó a encarnar la voluntad general del pueblo romano, pero al fundirla con su persona, cuando esa persona se absolutizó, la cooperación degeneró en sumisión.

Tipologías de la cooperación y su perversión en pseudocooperación

Para comprender mejor cómo ocurre esta instrumentalización, es útil distinguir diferentes tipos de cooperación según su motivación de origen, y examinar cómo cada tipo puede degenerar en pseudocooperación bajo ciertas condiciones. No toda cooperación es idéntica en su naturaleza: cooperar puede responder a la necesidad, a la convicción idealista, a la manipulación de un tercero o incluso a la coerción. A continuación se presentan algunas categorías explicativas:

Cooperación por necesidad

La cooperación por necesidad surge cuando las circunstancias imponen a individuos o grupos la obligación práctica de unirse, so pena de sucumbir si actúan aislados. En situaciones de amenaza existencial, escasez extrema o peligro compartido, los actores cooperan porque no tienen alternativa razonable si quieren sobrevivir o alcanzar cierto objetivo. Un ejemplo clásico es el de tribus o ciudades que forman alianzas militares ante un enemigo común invasor: deben coordinar sus esfuerzos defensivos, aun si desconfían mutuamente, pues de lo contrario serían derrotados una por una. De modo similar, en una catástrofe natural (hambruna, inundación), comunidades vecinas pueden organizar redes de ayuda mutua por la necesidad imperiosa de recursos básicos.

 

Esta cooperación involuntaria pero funcional tiene un carácter pragmático. En ella, cada parte cede algo de autonomía inmediata para obtener un beneficio de seguridad o subsistencia que en solitario no conseguiría. El filósofo Thomas Hobbes describió el surgimiento del contrato social precisamente como una cooperación por necesidad: en el estado de naturaleza los individuos, temiendo una “guerra de todos contra todos”, acuerdan cooperar bajo un poder común para garantizar la paz. Aquí nadie colabora por generosidad, sino por temor al peor resultado si no hay acuerdo.

 

¿Cómo puede degenerar este tipo de cooperación en pseudocooperación? Dado que la motivación original es la necesidad y el miedo, un líder o facción puede aprovechar esa desesperación colectiva para afianzar un control personal. Cuando la gente se une porque se siente amenazada, es más proclive a aceptar una autoridad fuerte que coordine la respuesta. Quien provee una solución a la necesidad puede adquirir un poder excesivo sobre el grupo cooperante. Por ejemplo, un caudillo militar en tiempos de guerra puede exigir obediencia absoluta so pretexto de la supervivencia colectiva; si los demás no tienen opción (necesitan su protección), la cooperación se transforma en subordinación acrítica. Históricamente, numerosos regímenes autoritarios han nacido de crisis profundas (bélicas, económicas) en las que la sociedad, por necesidad, aceptó concentrar el mando en un individuo “salvador”. La pseudocooperación aparece cuando ese líder manipula la situación de necesidad para perpetuar su dominación más allá de la urgencia original, o para obtener ventajas unilaterales. Así, la cooperación defensiva inicial se pervierte en una relación de dependencia personalista. En Roma, podríamos decir que César capitalizó la necesidad de orden y reformas tras las guerras civiles para acumular facultades extraordinarias y no devolverlas, volviendo permanente un poder obtenido en un contexto de emergencia.

Cooperación por convicción

La cooperación por convicción es aquella motivada por la creencia genuina en un objetivo compartido o en valores comunes. En este caso, individuos autónomos deciden cooperar libremente porque están convencidos de la bondad intrínseca de trabajar juntos en pos de un fin superior. Se fundamenta en la voluntad voluntaria y en la confianza mutua. Ejemplos de cooperación por convicción abundan en movimientos sociales y religiosos: las personas se unen para luchar contra una injusticia, inspiradas por ideales (libertad, igualdad, derechos humanos) o para ayudar al prójimo por sentido ético, no porque alguien les obligue o porque teman algo, sino porque creen en la causa común. También comunidades de fe, como las órdenes monásticas, cooperan en comunidad impulsadas por la convicción espiritual de que la vida compartida según sus creencias es valiosa en sí misma.

 

Este tipo de cooperación suele ser considerada la más noble y auténtica, ya que nace de la libertad interior y del compromiso ético. La filósofa Hannah Arendt veía en la acción colectiva basada en promesas mutuas y en la búsqueda de grandes ideales (la vita activa) una de las expresiones más elevadas de la libertad humana. Se podría decir que en la cooperación por convicción, el bien común prevalece conscientemente sobre los intereses particulares de cada participante, porque todos asumen que su propio bien está ligado al de los demás en virtud de esos ideales compartidos. Un dicho popular atribuido a Virginia Burden resume este espíritu: “La cooperación es la convicción plena de que nadie puede llegar a la meta si no llegamos todos”.

 

No obstante, incluso esta forma de cooperación, en apariencia la más sólida moralmente, puede ser corrompida. La degeneración en pseudocooperación ocurre cuando un individuo o grupo dirigente traiciona o manipula los ideales compartidos para beneficio propio, instrumentalizando la buena fe de los cooperantes. Un líder carismático puede inicialmente predicar una causa noble que convence a sus seguidores de cooperar (por ejemplo, una revolución por la justicia, o un proyecto comunitario altruista); pero si luego ese líder desvía el movimiento hacia su propio engrandecimiento, la convicción colectiva es explotada. La tragedia de muchas revoluciones radica precisamente en eso: los participantes cooperaban por convicción en ciertos principios (libertad, igualdad), pero algunos líderes utilizaron esa energía cooperativa para instaurar su propio poder, traicionando los ideales iniciales. Un caso literario ilustrativo es “Rebelión en la granja” de Orwell: los animales cooperan por convicción en busca de igualdad, pero los cerdos (la élite dirigente) terminan monopolizando el poder, instaurando un régimen tan opresor como el anterior –la cooperación idealista se convirtió en pseudocooperación al servicio de nuevos amos.

 

En la Roma tardorrepublicana, podríamos argumentar que muchos seguidores de César –veteranos que recibían tierras, plebeyos que obtenían granos o espectáculos– estaban convencidos de que apoyarle era la vía para una Roma más justa y próspera para todos. Esa cooperación por convicción popular fue paulatinamente cooptada por César para cimentar su posición única. Cuando la lealtad a los ideales se transformó en lealtad incondicional al líder, la frontera hacia la pseudocooperación se cruzó. Los ideales populares (más derechos para los ciudadanos humildes, frenar los abusos de la oligarquía) se cumplieron solo parcialmente y a cambio de instaurar un personalismo político que, a la larga, eliminó la participación democrática real.

Cooperación por manipulación

Hablamos de cooperación por manipulación cuando los individuos cooperan engañados o condicionados por información falseada, propaganda o estratagemas desplegadas por alguien con intereses ocultos. Aquí la cooperación no nace espontáneamente de la necesidad ni de la convicción auténtica, sino que es inducida artificialmente. Un agente astuto persuade a otros de colaborar en algo haciéndoles creer que es por su beneficio o por un bien mayor, cuando en realidad los verdaderos motivos o fines difieren de los anunciados. En esencia, la cooperación por manipulación es pseudocooperación desde su origen, ya que falta la transparencia y la reciprocidad genuina.

 

Los métodos de manipulación pueden ser sutiles: propaganda ideológica, control de la información, apelación emocional sesgada, creación de falsos enemigos comunes para unir a la gente (la conocida táctica del chivo expiatorio), o promesas que no se piensan cumplir. Las personas cooperan, pero bajo un espejismo. Un ejemplo extremo lo encontramos en sectas destructivas o cultos personalistas: el gurú manipula a los adeptos convenciéndolos de cooperar en proyectos o entregarle bienes, supuestamente para su salvación espiritual o un propósito cósmico, pero en realidad es para provecho personal del líder. En el ámbito político, la manipulación puede llevar a que masas apoyen políticas que van contra sus propios intereses objetivos, movidas por discursos engañosos (por ejemplo, culpar de todos los males a una minoría y pedir cooperación en su persecución, lo que solo fortalece al manipulador).

 

La pseudocooperación por manipulación se revela cuando cae el velo del engaño: los cooperantes descubren que fueron utilizados. Pero a veces la manipulación es tan profunda que se convierte en un estado permanente de la relación social –los cooperantes viven en una ilusión colectiva sostenida por el manipulador. Históricamente, imperios o potencias han creado organismos internacionales o acuerdos presentados como cooperativos, que en realidad servían de fachada para sus propios intereses hegemónicos. Por ejemplo, se ha argumentado que durante la Guerra Fría, ciertas iniciativas de “ayuda” o “alianza” encubrían agendas de dominación. Un analista contemporáneo, examinando la influencia de grandes potencias en Latinoamérica, denuncia la existencia de “múltiples organismos de pseudo-cooperación” promovidos externamente, junto con campañas de desinformación, cuyo objetivo real es afianzar hegemonías y capturar recursos más que ayudar al desarrollo localrebelion.org. En estos casos, la retórica de cooperación es un disfraz manipulatorio: se pide a los países cooperar bajo unos ideales (democracia, progreso común), pero las condiciones están diseñadas para beneficiar principalmente al agente hegemónico.

 

En el caso de Julio César, aunque gran parte de su apoyo fue genuino, también utilizó tácticas manipulativas: controló la narrativa de sus logros mediante propaganda (sus Comentarios sobre la guerra de las Galias son, en el fondo, obras de autopromoción), compró lealtades con obsequios y espectáculos, y presentó sus acciones de concentración de poder como necesarias para el bien de Roma (paz, orden, prosperidad). Convenció al pueblo de cooperar en la aceptación de un liderazgo excepcional, neutralizando la crítica. Esta maniobra refleja lo que hoy identificaríamos como populismo clásicoun líder carismático que apela al pueblo contra las élites, proclamándose encarnación de la voluntad popular para justificar la concentración de poderpublicseminar.orgpublicseminar.org. Muchos ciudadanos romanos fueron en cierta forma manipulados por la promesa de una Roma “great again” (parafraseando el título de Morrisseypublicseminar.org): cooperaron en el proyecto cesarista creyendo que traería la gloria colectiva, sin advertir del todo que consolidaban la dominación de un individuo.

Cooperación coercitiva (impuesta)

Existe otro tipo, que en rigor es lo opuesto a la cooperación voluntaria: la cooperación forzada o coercitiva. En este caso no hay ni necesidad libremente evaluada, ni convicción, ni manipulación exitosa de la mente: simplemente se obliga a cooperar mediante la fuerza o la amenaza. Un régimen autoritario puede exigir la “cooperación” de la población en sus planes bajo coacción: las personas obedecen órdenes y trabajan juntas porque temen un castigo si no lo hacen. Aunque a primera vista podríamos decir que esto ni siquiera merece llamarse cooperación (pues carece de la voluntad), en la práctica muchas dictaduras intentan simular cooperación usando mecanismos coercitivos. Por ejemplo, en la Unión Soviética estalinista o en regímenes fascistas, se organizaban movilizaciones masivas y proyectos colectivos (desde brigadas de producción hasta manifestaciones patrióticas) donde la participación era forzada, pero luego se presentaba como muestra de “unidad del pueblo”.

 

El resultado es una pseudocooperación obligatoria: la fachada es de cooperación (todos juntos en pos de X objetivo nacional), pero la realidad es sumisión unidireccional. Murray Rothbard, pensador liberal, subrayó esta distinción al señalar que los verdaderos partidarios de la libertad no se oponen a la cooperación, sino a la pseudo-cooperación impuesta por la fuerza. En sus palabras, “los liberales no están en modo alguno en contra de la cooperación voluntaria...; [están] solo en contra de la obligatoria pseudo-‘cooperación’ impuesta por el Estado”clublibertaddigital.com. Esta frase, escrita en el contexto de refutar mitos sobre el individualismo, capta la esencia: cuando la cooperación es obligada por coerción estatal (o de cualquier autoridad), deja de ser cooperación genuina y se convierte en una forma de explotación o servidumbre encubierta bajo retórica comunitaria.

 

En tiempos de César, la coerción directa a la población romana no fue su táctica principal (él prefería ganarse el apoyo mediante benevolencia calculada y populismo), pero sí utilizó la coacción política contra la clase senatorial para abolir resistencias. Tras la guerra civil, obligó a cooperar a las instituciones bajo su mando, vaciando de contenido la colaboración republicana tradicional (donde el Senado y magistrados compartían el gobierno). De este modo, la cooperación cívica republicana –basada en pesos y contrapesos y en la deliberación conjunta– fue reemplazada por la “cooperación” bajo las órdenes del dictador. Se puede argumentar que la dictadura cesariana inauguró, de hecho, un sistema donde el Estado exigía la cooperación de todos los estamentos bajo la égida de un líder supremo, lo cual anticipa el modelo imperial que consolidaría Augusto. Esa no es más que una pseudocooperación de tipo coercitivo: disimulada bajo la idea de que “todos servimos a Roma unida”, en realidad era obediencia al emperador.

Síntesis de las degeneraciones

En resumen, todos los caminos anteriores pueden llevar a Roma... o al abuso:

  • La cooperación por necesidad puede ser secuestrada por quien provee la solución, derivando en dominación.

  • La cooperación por convicción puede ser traicionada por líderes oportunistas, convirtiendo idealistas en peones involuntarios de un proyecto personal.

  • La cooperación por manipulación es pseudocooperación desde el inicio, pues opera con engaño deliberado.

  • La “cooperación” por coacción no es cooperación real, sino una simulación bajo la fuerza.

Cabe señalar que estas categorías no son excluyentes; a menudo se combinan. Un mismo proceso histórico puede iniciar como cooperación por necesidad, luego incorporar manipulación ideológica y terminar imponiéndose por coacción. En el caso de la República romana, los populares apelaron a la necesidad (reformas urgentes), a la convicción (justicia para los pobres), usaron cierta manipulación retórica (propaganda anti-optimates) y finalmente César institucionalizó su control coactivamente. Esto ilustra un proceso progresivo de pseudocooperación: comienza con razones legítimas para cooperar, pero a medida que intereses individualistas se imponen, la esencia cooperativa se vacía y el esquema se pone al servicio del poder de unos pocos.

Voluntad individual versus bien común: Perspectiva filosófica y teológica

La tensión entre la voluntad individual y el bien común ha sido un tema central en la filosofía política y especialmente en la teología moral cristiana. Desde una óptica ética, la diferencia entre una cooperación auténtica y una pseudocooperación radica en gran medida en la orientación de la voluntad: ¿buscan los actores principalmente su interés propio o subordinan ese interés al bien de la comunidad? En otras palabras, ¿predomina el egoísmo individualista o la solidaridad altruista?

 

En la tradición del pensamiento occidental, podemos encontrar reflexiones tempranas sobre esto en la filosofía clásica. Aristóteles sostenía que el ser humano es un animal político por naturaleza, orientado a vivir en polis y colaborar para alcanzar la eudaimonía (florecimiento) colectiva; el bien común, para Aristóteles, no es simplemente la suma de bienes individuales, sino un bien mayor que solo se logra en comunidad. Por su parte, la filosofía estoica y la romana republicana valoraban las virtudes cívicas (fides, gravitas, etc.) que implicaban anteponer la res publica a los deseos egoístas. Cicerón, contemporáneo de César, defendía que “el bienestar del pueblo es la ley suprema” (Salus populi suprema lex), subrayando una prioridad ética del bien común. Sin embargo, Roma también exaltaba el dignitas individual de los grandes hombres, lo que generaba tensiones entre ambición personal y servicio público –tensiones que vemos personificadas en César vs. Catón, por ejemplo.

 

Es con el surgimiento del cristianismo que se produce una inversión de valores particularmente relevante a nuestro tema. Los Evangelios y la posterior doctrina de la Iglesia ponen un énfasis radical en la humildad, el servicio al otro y la comunidad fraterna, oponiéndolos al orgullo y la búsqueda de poder personal. En la enseñanza de Jesús de Nazaret, la verdadera grandeza se alcanza sirviendo, no dominando: “el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos” (Marcos 9:35). Cristo mismo da el ejemplo lavando los pies a sus discípulos y entregando su vida por muchos. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15:13) –la máxima expresión de amor es el sacrificio de sí, la antítesis del egoísmo. Esta moral del Evangelio propone que la autonegación (negarse a uno mismo, tomar la cruz, cf. Mateo 16:24) es camino a la plenitud, y que en comunidad de amor es donde se manifiesta Dios (“que todos sean uno”, cf. Juan 17:21).

 

El resultado es una visión del bien común profundamente espiritual: la comunidad humana está llamada a reflejar el amor de Dios, lo cual requiere que cada individuo modere su ego y busque el bien de su prójimo. Un análisis histórico-filosófico lo describe así: en la cultura grecorromana se valorizaba al individuo heroico y autónomo, pero con el cristianismo “el ideal del individuo autónomo y del genio heroico perdieron prestigio en favor de la identidad colectiva cristiana. La nueva comunidad de creyentes, unida en Cristo, promovía “una sublimación altruista e incluso un sometimiento del yo individual en beneficio de una alianza más sólida con lo bueno de los demás y con la voluntad de Dios”pdfcoffee.com. Es decir, el yo comunal –el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia– adquiere primacía, y se anima al creyente a subordinar su ego (sus apetitos desordenados, su orgullo) al bien de los demás y al cumplimiento de la voluntad divina.

 

Esta ética del sometimiento voluntario del yo no implica anular la persona (de hecho, el cristianismo también reconoce el valor único de cada alma individual), sino transformarla mediante la caridad. En palabras del mismo texto citado: el cristianismo aportó “el valor espiritual de la familia, la superioridad espiritual de la negación de sí mismo respecto de la realización egoísta, ... la amabilidad y el perdón respecto de la violencia”, todo “en el marco de la nueva conciencia del amor de Dios a la humanidad”. Y concluye: “el amor cristiano... se expresaba mediante el sacrificio, el sufrimiento y la compasión universal”pdfcoffee.com. Este amor (ágape) resumido en Cristo es el fundamento de una cooperación auténtica: la comunidad cristiana ideal es aquella en que cada uno aporta sus dones para servicio de todos, como describe san Pablo con la metáfora del cuerpo (1 Cor 12,7: “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”).

 

Frente a esta visión, cualquier forma de cooperación basada en la imposición del yo individual sobre los demás aparece como moralmente viciada. La Iglesia, a lo largo de siglos, ha desarrollado la doctrina del bien común y de la solidaridad como pilares de la vida social. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004) define el bien común como “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros lograr más plena y fácilmente su propia perfección”. No es simplemente la suma de intereses, sino un ambiente social donde cada persona puede realizar su dignidad. Para lograrlo, la Iglesia enseña que tanto la autoridad (Estado) como los ciudadanos tienen deberes morales“la razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el Bien Común...; todo gobernante debe buscarlo”, y a la vez “todos los individuos y grupos tienen el deber de prestar su colaboración personal al Bien Común”es.catholic.netes.catholic.net. Esta colaboración con el bien común es voluntaria y virtuosa; nace del reconocimiento de que somos responsables unos de otros (solidaridad). Cualquier desviación donde gobernantes busquen su interés propio o ciudadanos privilegien egoísmos en detrimento del prójimo es considerada inmoral.

 

Así, desde la perspectiva católica, la cooperación auténtica requiere la conversión del corazón de cada individuo para que venza su egoísmo. El Evangelio propone en última instancia una cooperación trascendente: todos cooperando en la construcción del Reino de Dios, lo que implica justicia, paz y amor efectivo al prójimo. Cuando la cooperación es auténtica según estos valores, no hay espacio para la pseudocooperación, porque nadie la instrumentaliza para sí; por el contrario, cada uno se dona. Es un ideal difícil de lograr plenamente en sociedades amplias, pero sirve como criterio regulador.

 

Volviendo al contraste con el caso romano: mientras que César ejemplifica la subordinación del bien común a la voluntad individual (su persona concentrando el poder que debería servir a todos), la enseñanza cristiana –que surgiría pocas décadas después en el mismo mundo romano– propone exactamente lo inverso: el sometimiento del yo individual al bien de los demás. Si aplicáramos ese prisma moral, veríamos que la cooperación convocada por César carecía de la dimensión de humildad y servicio desinteresado que la haría moralmente legítima según el Evangelio. En términos cristianos, podríamos decir que fue una cooperación viciada por soberbia y ambición, más cercana a la tentación del dominio que al mandato del amor fraterno.

Paralelos contemporáneos: pseudocooperación en la política y la cultura actual

Aunque nos hemos centrado en la Roma tardorrepublicana para desmenuzar este fenómeno, la instrumentalización individualista de la cooperación no es exclusiva de la Antigüedad. Por el contrario, sigue siendo muy relevante en la política y la cultura contemporánea. En distintos momentos históricos recientes y en el presente, encontramos líderes, movimientos o incluso corporaciones que explotan la idea de cooperación, unidad o solidaridad para fines propios, en formas análogas a las analizadas.

 

Un paralelo evidente se halla en el ámbito del populismo político moderno. Muchos analistas han comparado a ciertos líderes populistas actuales con Julio César en su modo de apelar al pueblo. El populismo, definido generalmente como una ideología o estilo político que contrapone “el pueblo” puro a “la élite” corrupta, tiende a girar en torno a la figura de un líder carismático que se presenta como la voz del pueblo y pide la cooperación masiva de las bases para enfrentar a enemigos comunes (el establishment, extranjeros, etc.)publicseminar.orgpublicseminar.org. Este líder suele reclamar lealtad personal alegando encarnar la voluntad popular. Vemos así una dinámica muy similar: en tiempos de crisis de representación o malestar económico (contextos de necesidad y agravios), surge la invitación a una “cooperación nacional” detrás de un líder salvador. Sin embargo, esa cooperación frecuentemente se traduce en un mandato prácticamente en blanco para el caudillo, quien una vez en el poder centraliza las decisiones y desconfía de los contrapesos institucionales. De ahí a atentar contra la democracia hay un paso. La historia del siglo XX está repleta de casos en que la movilización cooperativa popular devino en regimenes autoritarios personalistas: desde los fascismos europeos (que exaltaban la unidad nacional mientras suprimían disidencias) hasta ciertas revoluciones comunistas donde el Partido único –encarnado en su jefe máximo– subsumió a la sociedad entera.

 

En la actualidad, comentaristas señalan paralelos entre líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Vladimir Putin y el arquetipo cesarista. Por ejemplo, al estrenarse en 2023 un documental de la BBC sobre Julio César, se destacó explícitamente “la semejanza con líderes modernos como Trump, Bolsonaro y Putin” en cuanto a sus estrategias populistas y deriva autoritariatheguardian.com. Todos ellos, en distintos grados, han utilizado la retórica de “devolver el poder al pueblo” y de luchar contra élites privilegiadas, construyendo movimientos cooperativos (partidos, bases militantes, frentes electorales) muy leales a su persona. En sus discursos invitan a la solidaridad nacional, al trabajo conjunto por la grandeza del país –un llamado cooperativo positivo en apariencia– pero simultáneamente se colocan a sí mismos como indispensables directores de esa empresa común. La consecuencia habitual ha sido un conflicto con las instituciones democráticas, el menoscabo de la prensa libre y de la oposición (consideradas obstáculos a la unidad) y, en algunos casos, intentos de perpetuación en el poder. Esto reproduce el patrón de la pseudocooperación populista: el pueblo es convocado a unirse, pero termina unido detrás de un caudillo; la diversidad interna y el disenso (parte natural de una cooperación democrática real) son reprimidos en pro de una unidad monolítica ficticia, que favorece al líder.

 

En contextos contemporáneos de crisis económicas o emergencias, también hemos visto gobiernos adquirir poderes extraordinarios con el argumento de coordinar esfuerzos cooperativos contra la crisis. Si bien a veces es necesario (por ejemplo, durante la pandemia de COVID-19 muchos ciudadanos acataron restricciones y colaboraron en pos de la salud pública), existe el riesgo de que se normalicen esos poderes y la cooperación forzada se prolongue indebidamente. La historia enseña que “estado de excepción” prolongado puede volverse regla: la cooperación excepcional deviene pseudocooperación autoritaria.

 

Fuera de la esfera gubernamental, la instrumentalización de la cooperación ocurre igualmente en la cultura corporativa y social. Por ejemplo, en el mundo empresarial actual se exalta el “trabajo en equipo” y la “colaboración” entre empleados como valores corporativos. Sin embargo, algunos estudios críticos señalan que, en ocasiones, estas consignas encubren formas de explotación laboral más sutiles: se espera que el trabajador ponga los intereses de la empresa por encima de los propios (horas extra no remuneradas “por el equipo”, aceptar recortes “para salvar la compañía”), presentándolo como espíritu de equipo, cuando en realidad beneficia sobre todo a los dueños o directivos. Esto sería una pseudocooperación laboral: el lenguaje cooperativo (somos una familia, rememos juntos) se usa para lograr obediencia y sacrificios unilaterales. El empleado, por convicción de lealtad o manipulación motivacional, coopera; pero la reciprocidad puede ser baja si la empresa no comparte equitativamente los frutos. A nivel macro, algunas corporaciones globales promueven iniciativas filantrópicas o alianzas público-privadas bajo la bandera de la cooperación al desarrollo, pero en la práctica dichas iniciativas pueden servir a estrategias de mercado o lavado de imagen más que a un bien común genuino.

 

En la era de la información y las redes sociales, cabe mencionar también la aparición de formas de cooperación descentralizada que han sido cooptadas. Por ejemplo, comunidades virtuales de voluntarios (como desarrolladores de software libre, Wikipedia, etc.) operan con cooperación por convicción. Pero grandes empresas pueden apropiarse del trabajo colaborativo abierto y lucrar con él sin retribuir a la comunidad (caso de compañías que usan software de código abierto gratuito en sus productos privativos). Asimismo, fenómenos como el crowdsourcing o la gig economy inicialmente se presentaron como cooperación horizontal (compartir recursos, trabajos flexibles apoyados en la tecnología), pero a menudo han derivado en modelos donde una plataforma centralizada se beneficia de la “cooperación” de miles de usuarios/trabajadores autónomos, que en realidad compiten entre sí en condiciones precarias. La economía colaborativa se convierte así en una etiqueta atractiva para encubrir relaciones de poder desiguales en favor de la plataforma.

 

Incluso en el ámbito de los movimientos sociales y ONGs, debemos reconocer el riesgo de pseudocooperación. Hay causas nobles que congregan a voluntarios idealistas (cooperación por convicción), pero en ocasiones surgen liderazgos internos que instrumentalizan la causa para protagonismo personal o beneficios (desde desvío de fondos hasta capital político). Un movimiento cooperativo puede ser cooptado por agendas ajenas –por ejemplo, grupos violentos infiltrándose en protestas pacíficas, cambiando la naturaleza de la cooperación ciudadana inicial.

 

Finalmente, la cultura contemporánea presencia también corrientes contrarias: un individualismo exacerbado (alimentado por el consumismo y ciertas filosofías de la auto-realización) que mina la cooperación genuina al promover la satisfacción personal inmediata sobre la comunidad. Paradójicamente, ese individualismo puede facilitar a líderes y entidades el dividir a las personas o manipularlas –una sociedad de individuos aislados puede anhelar un sentimiento de pertenencia y ser presa fácil de una pseudo-colectividad ofrecida por un demagogo. En palabras de Francisco (Papa)“el individualismo consumista provoca muchos atropellos... Los otros son meros obstáculos para la propia satisfacción”conferenciaepiscopal.es; y advierte que sin un verdadero compromiso con el bien común, la aparente unidad que algunos promueven degenera en formas nuevas de egoísmo colectivo.

 

En síntesis, hoy como ayer, la frontera entre cooperación y pseudocooperación se recorre continuamente. Entender los mecanismos por los que la cooperación puede ser pervertida –como hemos analizado con detalle en el caso de César– resulta esencial para discernir críticamente la realidad actual: apreciar cuándo una apelación a “trabajar juntos” responde realmente a un ideal de bien común y cuándo es un caballo de Troya del interés particular.

Hacia una metodología para estudiar la dinámica cooperación-individualismo

Dado el impacto que estas dinámicas tienen en la evolución de las sociedades, es pertinente plantear cómo investigarlas sistemáticamente en contextos modernos. Una propuesta metodológica rigurosa debería combinar enfoques históricos, sociológicos y politológicos para desentrañar la interacción entre cooperación colectiva y búsqueda de poder individual. A continuación se bosquejan algunas directrices metodológicas posibles:

  • Enfoque histórico-comparativo: Tomar casos históricos de distintas épocas donde se hayan observado fenómenos similares al estudiado (por ejemplo, además de la Roma de Julio César, la Francia de Napoleón, movimientos revolucionarios del siglo XX como la Revolución Rusa o movimientos populistas latinoamericanos del siglo XXI). Mediante un análisis comparativo, identificar patrones comunes en la secuencia: crisis -> llamada a la cooperación -> ascenso de líder/facción -> resultados en términos de bien común vs. concentración de poder. Esta comparación histórica podría hacerse con el método de procesos paralelos (comparative historical analysis), prestando atención a las variables contextuales (nivel de crisis, tipo de instituciones previas, ideología empleada, etc.) para ver en qué condiciones la cooperación deriva en pseudocooperación. Técnicas como el process tracing (rastreo de proceso) serían útiles para seguir la cadena causal en cada caso.

  • Investigación sociopolítica contemporánea (estudios de caso): Seleccionar uno o varios casos actuales –por ejemplo, un gobierno populista en ejercicio– y analizar empíricamente sus políticas cooperativas. Esto implicaría examinar documentos (discursos, programas), posiblemente realizar entrevistas a actores involucrados (partidarios de base, opositores, observadores) y recopilar datos sobre la participación ciudadana, la concentración de poder, indicadores de bienestar común, etc. Se podría operacionalizar la pseudocooperación midiendo, por ejemplo, el grado de centralización de decisiones en comparación con la retórica participativa empleada, o contrastando las promesas de cooperación (planes colaborativos) con los beneficios efectivamente distribuidos a la población.

  • Análisis de discurso y medios: Dado que la manipulación discursiva es central en la pseudocooperación, un componente metodológico importante sería el análisis del discurso de líderes y propaganda. Usando técnicas tanto cualitativas (análisis crítico del discurso) como cuantitativas (contabilizar palabras clave ligadas a cooperación, pueblo, enemigo, etc.), se puede evaluar cómo se construye la narrativa cooperativa en torno a un liderazgo y detectar señales de personalismo. Por ejemplo, estudiar cuántas veces un líder se refiere a “unidad”, “movimiento popular”, “nuestro proyecto”, frente a cuántas veces habla en primera persona o descalifica a otros, puede dar indicios del equilibrio entre cooperación genuina e imposición de ego.

  • Métodos experimentales y encuestas (psicosocial): Para entender la disposición de las personas a cooperar o seguir a líderes en contextos de crisis, se podrían diseñar experimentos de simulación o encuestas de opinión. Por ejemplo, en un experimento de laboratorio de psicología social, presentar a grupos de participantes escenarios hipotéticos de crisis nacional con distintos tipos de discursos (uno cooperativo-democrático, otro cooperativo-populista personalista, otro autoritario) y medir sus reacciones de apoyo, confianza o comportamiento cooperativo (quizá mediante juegos de rol o dilemas tipo “prisionero” donde la opción de seguir al líder pueda implicar traicionar a un par). Esto ayudaría a identificar qué narrativas inducen a la gente a ceder su autonomía en pos de un supuesto bien común. En el campo de las encuestas, se podrían incluir preguntas en estudios nacionales (por ejemplo, en el World Values Survey) sobre actitudes hacia el liderazgo fuerte vs. colaboración comunitaria, o sobre qué estarían dispuestas las personas a sacrificar por el bien común y bajo qué liderazgos. Un análisis estadístico podría revelar correlaciones entre factores como inseguridad económica o valores individualistas/colectivistas y la preferencia por ciertos estilos de cooperación política.

  • Sociología de organizaciones y redes: Aplicar el análisis de redes sociales (Social Network Analysis) podría aportar visualizaciones de cómo se estructura la cooperación en movimientos sociales o partidos. Una red muy centralizada en torno a un nodo (individuo líder) versus una red más distribuida y horizontal de muchos nodos interconectados reflejaría claramente la diferencia entre pseudocooperación jerárquica y cooperación auténticamente participativa. Asimismo, el análisis organizacional de instituciones que fomentan cooperación (cooperativas, ONG, partidos) puede identificar qué prácticas internas previenen o favorecen la captura individualista (por ejemplo, rotación de liderazgos, toma de decisiones democrática, transparencia financiera, etc., son elementos que dificultan la pseudocooperación).

  • Perspectiva ética y teológica: Incluir un componente de filosofía política normativa o teología moral en la investigación permite evaluar los hallazgos empíricos a la luz de criterios del bien común. Por ejemplo, si se detecta que cierta política pública cooperativa terminó beneficiando desproporcionadamente a un gobernante o grupo, se podría contrastar con principios de la doctrina social (solidaridad, subsidiariedad) para calificarla de pseudo-cooperativa injusta. Este diálogo interdisciplinar enriquecería la interpretación de los datos, evitando un análisis meramente descriptivo. En concreto, se podría investigar cómo las comunidades inspiradas en valores religiosos (iglesias locales, asociaciones caritativas) logran sostener cooperaciones auténticas y qué lecciones ofrecen para la sociedad civil más amplia.

  • Triangulación metodológica: La complejidad del fenómeno demanda triangulación, es decir, usar múltiples métodos y fuentes de evidencia. Por ejemplo, combinar un estudio de caso cualitativo en profundidad (p.ej. Venezuela bajo Chávez, o Hungría bajo Orbán) con un análisis comparativo cuantitativo (índices de democracia vs. índices de cohesión social en varios países) y con experimentos psicológicos, para ver si los resultados convergen en las mismas conclusiones sobre cuándo la cooperación es secuestrada por el poder personal.

Esta aproximación metodológica integrada permitiría estudiar la dinámica cooperación-individualismo de forma rigurosa. Se podrían producir teorías de rango medio que expliquen, por ejemplo, qué tipo de crisis (económica, de seguridad, de identidad) son más propicias para la pseudocooperación populista, o qué mecanismos discursivos logran transformar la cooperación voluntaria en seguimiento personalista. También se podría evaluar qué salvaguardas democráticas o culturales previenen estas deformaciones.

 

En última instancia, la meta de investigar esta problemática no es solo analítica, sino ofrecer herramientas para fortalecer la cooperación social auténtica en nuestras comunidades actuales. Si entendemos mejor cómo y por qué fracasa la cooperación (degradándose en dominación), estaremos en mejor posición de diseñar instituciones, educar líderes y formar ciudadanos que resistan esas tentaciones. Por ejemplo, reformas que fomenten la participación directa y la transparencia pueden dificultar la manipulación; la educación cívica en valores de empatía y espíritu crítico puede inmunizar en cierta medida a la población frente a cantos de sirena personalistas.

Conclusión

A modo de conclusión, podemos afirmar que cooperar es una necesidad y un anhelo humano especialmente intenso en épocas de crisis, pero también es un arma de doble filo. La cooperación auténtica –esa en la que las personas se unen libremente, por convicción y con miras al bien común– ha dado lugar a algunos de los mayores logros de la civilización. Sin ella, ninguna sociedad podría superar sus desafíos más acuciantes. No obstante, la cooperación puede descarriarse y volverse pseudocooperación cuando es capturada por el individualismo egoísta. El caso de Julio César en la Roma republicana sirve de advertencia histórica sobre cuán difusa puede ser la línea entre liberador y tirano, entre cooperación popular y sometimiento. Lo que comenzó como un movimiento cooperativo de los populares por justicia social, terminó entronizando a un dictador vitalicio –un desenlace que inaugura el Principado y el fin de la participación republicana en Roma.

 

Hemos identificado que las distintas motivaciones cooperativas (necesidad, convicción, manipulación, coacción) ofrecen cada una flancos aprovechables por la ambición individual. Un líder oportunista puede presentarse como cooperador mientras acumula poder, ya sea explotando el miedo colectivo, pervirtiendo ideales o imponiendo disciplina bajo amenaza. La verdadera cooperación, en cambio, exige renunciar a la supremacía del ego. Aquí la visión moral cristiana arroja luz: solo cuando cada individuo se hace servidor de los demás (como enseña el Evangelio) la cooperación refleja el bien común y no intereses particulares. La Iglesia Católica, al proponer el amor sacrificado y la solidaridad como virtudes centrales, provee un horizonte ético en el cual evaluar nuestros proyectos cooperativos: si falta la entrega desinteresada y la búsqueda sincera del bien de todos, probablemente estemos ante una cooperación de fachada.

 

En el mundo de hoy, lleno de retos globales –crisis sanitarias, cambio climático, desigualdades económicas, conflictos políticos– la cooperación auténtica entre seres humanos es más necesaria que nunca. Pero al mismo tiempo, emergen nuevos “Césares”, nuevas narrativas seductoras que prometen unidad mientras dividen, que piden confianza ciega mientras cultivan el culto a sí mismos. Distinguir la cooperación genuina de la pseudocooperación se vuelve fundamental para la salud de nuestras democracias y comunidades. Ello implica ciudadanía vigilante, instituciones inclusivas y líderes verdaderamente orientados al servicio. Implica también, en un plano profundo, fomentar una cultura que valore el bien común sobre el éxito individual a cualquier costo –una cultura de humildad y respeto a la dignidad ajena.

 

La investigación propuesta debe ayudarnos a comprender mejor estos fenómenos y a encontrar vías para resguardar el espíritu cooperativo auténtico, aquel en que el poder se comparte en lugar de concentrarse, y en que la fortaleza del “nosotros” no se pone al servicio de un “yo” engrandecido. Como decía San Pablo, “todos los miembros se preocupan los unos por los otros” (1 Cor 12,25); solo así la cooperación es real y fecunda. Aprender de la historia –de Roma y de tantos otros episodios– nos advierte lo que ocurre cuando esa preocupación mutua se suplanta por la ambición: las luces de la cooperación se apagan y sobreviene la sombra de la tiranía. Evitar que la historia se repita en nuevas formas es responsabilidad compartida de pensadores, líderes y ciudadanos de nuestro tiempo.

 

Referencias

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  • Morrissey, C. (2019, 23 de julio). “Make Rome Great Again: Populism in the Late Roman Republic.” Public Seminarpublicseminar.orgpublicseminar.org (Análisis del populismo romano desde los Graco hasta César, destacando la identificación del líder con la voluntad popular).

  • Plutarco. (c. 110). Vidas paralelas: César. (Biografía clásica de Julio César con detalles sobre sus reformas y ambición).

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  • Tarnas, R. (1991). The Passion of the Western Mind: Understanding the Ideas that Have Shaped Our World View. Nueva York: Ballantine. pdfcoffee.compdfcoffee.com (Análisis histórico de la cosmovisión occidental; el fragmento citado describe el cambio de valores con el cristianismo primitivo, en especial la noción de someter el yo individual al bien de la comunidad y de Dios).

  • “Optimates and Populares.” (2023). En Wikipedia. Recuperado el 3 de mayo de 2025, de https://en.wikipedia.org/wiki/Optimates_and_populares:contentReference[oaicite:32]{index=32} (Información histórica sobre las facciones políticas de la República romana, su ideología y métodos, incluyendo la figura de César como popularis).

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  • Vaticano (2004). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Ciudad del Vaticano: Librería Editrice Vaticana. (Síntesis oficial de la enseñanza social católica, con definiciones de bien común, solidaridad, subsidiariedad, etc.).

  • Vaticano (1963). Juan XXIII, Pacem in Terris. (Encíclica que aborda, entre otros temas, la función de la autoridad y la importancia del bien común en la paz social).

  • Virginia, B. (1968). The Process of Intuition (cita: “Cooperation is the thorough conviction that nobody can get there unless everybody gets there.”). (Cita inspiracional usada para describir la cooperación por convicción).

  • Referencias a textos bíblicos: Biblia de Jerusalén (BJ), edición de 1976. (Juan 15:13; Marcos 9:35; 1 Corintios 12:7,25; Mateo 16:24, etc. – pasajes citados o mencionados en el texto para fundamentar la visión cristiana de la cooperación y el servicio).

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