La arena roja y el mar profundo en la cultura colombiana

 Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha vinculado su existencia con la tierra que pisa y con quienes la habitan. La arena rojiza del Magreb se funde con el azul profundo del Mediterráneo en una paleta de historia y civilización. En las ciudades de estampa griega, aún resuenan los ecos de los etruscos, mientras que la piel de los pueblos refleja las cicatrices de las guerras, de los inviernos y los veranos, pero sobre todo del esmero y el cuidado de culturas que han amado la vida en toda su plenitud. Esta interconexión entre los pueblos y sus entornos ha sido un eje central en la evolución de las sociedades y en la construcción de sistemas políticos y económicos que, hasta el día de hoy, siguen marcando el devenir de las naciones.

Desde la antigüedad, las sociedades han oscilado entre la dispersión y la concentración, entre clases acaudaladas y grupos en permanente contacto con la necesidad. La convivencia de estos estratos ha llevado a la búsqueda de estructuras sociales que aspiren a incluir a todos en un orden que garantice derechos equitativos. Para lograrlo, el papel del Estado se vuelve crucial, pues su función debe ser la de mediador entre las diferencias, asegurando que las instituciones operen bajo principios de justicia e inclusión.


El Mecenazgo y la Influencia del Comercio

En este contexto, el concepto de mecenazgo adquiere relevancia. En la Europa antigua y medieval, los mecenas no solo impulsaban el arte y el pensamiento, sino que también representaban una forma de poder comercial. A medida que las mercancías de los mercaderes alcanzaban distintos rincones del mundo, su influencia se expandía con ellas. En este auge del comercio y la expansión marítima, la competencia por nuevas rutas y mercados se convirtió en una constante entre los emergentes reinos europeos. Para evitar conflictos, el papado intervino en la delimitación de las áreas de influencia, estableciendo acuerdos como el Tratado de Tordesillas (1494), que dividió el acceso a Asia y a los territorios recién descubiertos entre España y Portugal. La búsqueda de especias y riquezas, más que la mera exploración, impulsó la colonización de América y sentó las bases de un sistema de dominación que prevalecería durante siglos.

A partir de esta dinámica, emergieron tres pilares fundamentales en la estructuración del poder: el comercio, la religión y la monarquía. En este entramado, el mecenazgo sirvió como puente entre el capital privado y las aspiraciones políticas, fomentando el desarrollo de una visión liberal del mundo, en la que la intervención del clero y la monarquía se percibía como una barrera para la expansión de los negocios. Esta idea de libertad económica y política encontró eco en pensadores como Jeremy Bentham y, posteriormente, influyó en figuras de la independencia latinoamericana como Francisco de Paula Santander. Junto a José Hilario López, Santander consolidó la base ideológica del liberalismo en Colombia, promoviendo la separación entre Iglesia y Estado y la creación de un sistema republicano con mayor apertura económica.


La Visión Comunitaria y el Orden Conservador

En contraste, la Iglesia y la monarquía sostenían una visión comunitaria de la vida, priorizando la moralidad sobre el materialismo. No se trataba de la búsqueda de una igualdad absoluta, sino de la valoración de la salud y el bienestar por encima de la acumulación de riqueza. Sin embargo, este enfoque no estuvo exento de contradicciones, pues tanto la curia como las cortes europeas se caracterizaron por su opulencia y su influencia sobre las decisiones políticas.

Durante la época colonial, Colombia adoptó este modelo monárquico y clerical como su estructura de gobierno, estableciendo un sistema en el que la justicia, la administración y el monopolio de la fuerza respondían a la autoridad de la corona española. Esta visión, fundamentada en los valores católicos, apostólicos y romanos, dio lugar a una ideología conservadora, que veía el bienestar colectivo como resultado del orden y la tradición. Para esta corriente de pensamiento, los movimientos liberales representaban un riesgo, pues promovían cambios que podían alterar la estabilidad social. En este sentido, los liberales fueron frecuentemente descritos como agitadores, individuos sin escrúpulos que, a través de discursos y reformas, buscaban alterar el statu quo en beneficio propio.


Colombia en el Siglo XXI: Herencia Ideológica y Polarización

El siglo XXI en Colombia ha sido testigo de la persistencia de estas antiguas tendencias ideológicas, encarnadas en los partidos liberal y conservador, representados históricamente por los colores rojo y azul. Si bien ambos han aspirado al bienestar de la sociedad, su historia ha estado marcada por la violencia, los asesinatos y el saqueo, dejando una huella de conflicto que aún resuena en la política contemporánea.

En la actualidad, la dinámica política colombiana se ha alineado con tendencias globales, reflejadas en dos posturas predominantes. Por un lado, el liberalismo en su versión más radical, representado por figuras como Donald Trump y Javier Milei, que abogan por la reducción del Estado y la maximización de la libertad económica. Por otro lado, una corriente que enfatiza la protección del medio ambiente, la defensa de la familia, la comunidad y los derechos de los grupos vulnerables, como mujeres, ancianos y niños.

Ambas posturas, aunque aparentemente opuestas, son expresiones de un mismo dilema histórico: la búsqueda del equilibrio entre el individuo y la colectividad, entre la libertad y la regulación. Más allá de la retórica política, el desafío para Colombia radica en trascender esta polarización y construir un modelo que integre lo mejor de ambas visiones, evitando caer en los errores del pasado. La historia ha demostrado que ninguna ideología, por sí sola, es suficiente para garantizar el bienestar social; es en la síntesis de ideas donde reside la clave para un futuro más justo y equitativo.


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