Discurso sobre la Pluralidad, la Democracia y la Construcción de un País Unificado en la Diversidad


Estimados colegas, representantes, ciudadanos, amigos, compañeros de diferentes partidos, interlocutores políticos, personal del aseo, de vigilancia, administrativo y todos aquellos que sostienen, con su esfuerzo diario, la estructura de nuestra sociedad.

Nos encontramos hoy aquí, reunidos en un espacio que, como toda nación republicana, debe ser un foro de ideas, un escenario donde las diferencias no sean motivo de enfrentamiento sino de diálogo; donde la diversidad no sea un obstáculo, sino el motor de un futuro compartido.

Hablemos de la palabra "partido". Su origen etimológico proviene del latín partītus, del verbo partīre, que significa "dividir, separar en partes". Es interesante notar cómo desde su nacimiento la palabra encierra una contradicción, pues, si bien sugiere una división, también nos habla de una porción de algo más grande, de una fracción de un todo. Y ese todo es nuestra nación, nuestra sociedad, nuestra humanidad compartida.Los partidos políticos existen porque las visiones de mundo son múltiples, porque cada ser humano, desde su experiencia vital, su formación, su historia personal y sus valores, construye una interpretación única de la realidad. Sin embargo, esa multiplicidad de perspectivas no debería llevarnos al desprecio del otro ni a la idea absurda de que la única verdad posible es la nuestra. El interlocutor político no es un enemigo, es un espejo en el que podemos ver nuestras propias falencias y descubrir caminos que quizás no habíamos considerado.

Vivimos en un país donde la pluralidad de saberes y culturas no es una abstracción teórica, sino una realidad tangible. Somos herederos de una historia tejida por indígenas, afrodescendientes, campesinos, obreros, intelectuales, comerciantes, científicos y artistas. Sin embargo, hemos caído en la trampa de vernos como bloques enfrentados, como si el bienestar de uno significara necesariamente el perjuicio del otro. Nos han hecho creer que la política es un campo de batalla donde solo puede haber vencedores y vencidos, cuando en realidad debería ser un laboratorio de soluciones donde cada idea suma a la construcción de un país mejor.

Y en esa trampa hemos olvidado algo esencial: el bien no pertenece a un solo partido, ni a una sola ideología. El bien auténtico, el que nace del fondo del ser humano, existe en todos los sectores, en todas las comunidades, en todos los corazones que realmente buscan justicia, equidad y progreso. Hemos permitido que se tergiverse la narrativa, que se manipulen los valores universales para convertirlos en banderas de facciones en conflicto. Pero el respeto, la solidaridad, la búsqueda de la verdad, el anhelo de justicia y el compromiso con el desarrollo no son monopolio de nadie. Nos pertenecen a todos.

Nos han hecho creer que el otro lado de la bancada, el otro lado de la calle, el otro lado de la historia es un enemigo que alimenta monstruos y que es responsable del caos que vive el país. No, estimados colegas, ciudadanos, compañeros de lucha y de debate. Esa no es la manera de pensar de un interlocutor político. Esa no es la manera de pensar de un compatriota. Esa no es la manera de pensar de un ser humano.

Si queremos fortalecer nuestra democracia representativa, si queremos avivar el fuego que da sentido a nuestra república, debemos empezar por entender que el diálogo no es una concesión de los débiles, sino la herramienta de los sabios. Escuchemos con atención a nuestras contrapartes políticas, porque en sus críticas puede haber aciertos. No todo es falso, no todo es manipulación, no todo es guerra.

Es momento de superar las narrativas ofensivas y discriminatorias que han ignorado y relegado los sistemas de pensamiento autóctonos, la sabiduría ancestral de nuestros pueblos, la riqueza cultural que nunca hemos reconocido en su verdadero valor. Hemos visto con desprecio lo que no entendemos, hemos catalogado como "inferior" lo que es simplemente distinto. Y en ese error hemos perdido oportunidades de crecimiento, de reconciliación, de construcción conjunta.

Por eso, colegas de distintos partidos, ciudadanos de todos los sectores y roles, ha llegado la hora de construir una visión de sociedad que no se base en la exclusión ni en el miedo, sino en la potencia de todo lo que somos. Un país no se fortalece con la imposición de una única idea, sino con la capacidad de integrar lo mejor de cada pensamiento, de cada cultura, de cada persona dispuesta a aportar.

No nos dejemos arrastrar por la competencia sin sentido, por la política de la deslegitimación, por el discurso del odio que solo nos condena al estancamiento. Si en lugar de ver en el otro un rival, vemos en él un complemento, si en lugar de descalificar, nos tomamos el tiempo de escuchar, si en lugar de alimentar la polarización nos comprometemos a encontrar puntos en común, entonces tendremos la oportunidad de construir un país verdaderamente republicano, representativo y unido en su diversidad.

El reto no es fácil, pero es inaplazable. La historia nos está observando. ¿Seguiremos atrapados en la espiral de confrontación que nos ha caracterizado, o seremos la generación que supo transformar la política en un espacio de encuentro y no de guerra?

Depende de nosotros. Y el primer paso es abrir los oídos, abrir la mente y abrir el corazón.

Si hoy, aquí, cada uno de nosotros decide ver al otro no como un enemigo, sino como un aliado en la construcción de un país más justo, habremos dado el primer paso hacia el futuro que merecemos.

Muchas gracias.

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