La cornisa

 

*Poema inspirado, en la vida de Santa Teresa de Ávila.


Sobre una delgada cornisa

camina el espíritu.

Angosta es la puerta,

más que ancha su eternidad.

¿Cómo puede el diablo dar frutos?

¿Cómo puede amar a Dios y soltar lágrimas?

¿Cómo puede amar el bien

en lo profundo del ser?

Esa duda es para descartar.


No hay duda: es el Amado.

Con el pecho abierto de par en par,

mi corazón se asoma a tu altar,

y no dejaré nunca de rezar.

Nadie tiene por qué mirar.


Yo creo en la Iglesia,

en su profunda e histórica

santidad. ¿Dónde más

pude, en el mundo,

encontrar mi hogar?


Mas no pienso callar:

que muchos piden dinero

y de los demás

no dejan de abusar.

No soy nadie para juzgar,

solo digo la verdad.

En Dios está la claridad.

No deseo más que sus

almas se puedan clarificar,

y soltar, soltar, dejarse llevar,

crucificarse con Cristo

en cada altar.


No tengo un credo personal,

eso muchos años me vino a mal.

En el fondo de mis entrañas

amo la humanidad, pero

solo amando a la Santísima

Trinidad lo pude lograr.

Porque detrás de las entrañas

está la caridad: hace

erupción como volcán,

en la sangre y la palabra

del verbo amar.


No es cuestión de una palabra

nueva ni inventada; es la misma

que ya por Jesús fue hablada,

por Dios encarnada,

la cual nunca podrá ser superada.


¿Quién es para Dios aquel

que tanto habla, si no cree

que la palabra de Cristo

ha sido resucitada,

de la cruz y del madero

donde ha sido clavada?


¿No es acaso el fariseo

quien detenta el caduceo

como si un bien personal

suyo fuera, a la venta

y en querella,

y no un servicio

al que sufre la impiedad?

¿No es acaso esta

una verdad que Cristo

tanto nos quiso heredar?


No estoy bravo; eso sería

nublar vista y ser pura vanidad.

Por sus almas pido a Cristo:

no juzgar, solo pido con su ayuda

en mis ojos la claridad

y una sosegada tranquilidad.

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