El cuerpo antes que el vestido

 Vivimos en un mundo donde la realidad social, en gran medida construida a través de acuerdos simbólicos como el dinero, parece tener más poder sobre nuestras vidas que la realidad física y tangible que nos rodea. El dinero, un simple constructo social, solo tiene valor porque colectivamente lo hemos decidido así. Sin este acuerdo, no sería más que un trozo de papel o un número en una pantalla. Sin embargo, su influencia sobre nuestras acciones y percepciones ha llegado a desplazar incluso lo más elemental: el cuerpo humano, esa realidad física que es la base de nuestra existencia, es relegado a un segundo plano.

En Colombia, el fenómeno del sicariato es un claro ejemplo de cómo la distorsión de los constructos sociales puede llevar a consecuencias trágicas. Las armas, que en su realidad física son solo objetos inanimados, han adquirido un valor simbólico de poder y protección, pero no en un sentido tradicional de defensa, sino como instrumentos que protegen algo aún más abstracto: el dinero. La vida humana, en su fragilidad corpórea, se convierte en una mercancía secundaria frente a las dinámicas sociales que giran en torno al dinero. Este constructo, vacío en esencia, se transforma en la fuerza más poderosa, capaz de justificar actos atroces.

Es en esta incoherencia, donde lo intangible supera a lo tangible, donde lo socialmente construido pesa más que lo físicamente real, que se genera un desequilibrio profundo. Vivimos una realidad donde lo que más debería importarnos —la vida y el cuerpo— queda aplastado bajo el peso de lo que nosotros mismos hemos creado y otorgado valor, como el dinero y las armas. Una sociedad donde los constructos se imponen sobre la realidad física es una sociedad que, inevitablemente, está destinada al conflicto y la alienación.

Comentarios

Entradas populares